Visita morgues y hospitales con moribundos, estudia cuerpos en descomposición, viaja a la costa para observar el mar enfurecido. Géricault, Géricault. Veintisiete años, el corazón roto. La turbulencia es física, pero también espiritual. Algo cruje, algo revienta bajo la tarima clásica del Salón de París.
Es agosto de 1819 y los círculos artísticos se escandalizan ante La balsa de La Medusa. Desde su naufragio tres años antes frente a las costas africanas, las historias de canibalismo, violencia y suicidios vienen alimentando la opinión pública más morbosa.
Pero como la realidad siempre nos ofrece todas las casualidades que queramos encontrar, alegrémonos. Alegrémonos porque, en los mismos días en que Géricault presenta su obra más ambiciosa en el Salón, en el otro extremo de la ciudad Agustín Fresnel presenta su propuesta de lentes a los miembros de la Comisión de Faros.
Luz, más luz.
Apenas veinte faros en Francia y todos mal iluminados. Y hete aquí que llega el joven, el tímido ingeniero Fresnel con la idea de sustituir esos inútiles espejos por unas lentes especiales que él mismo ha diseñado. Qué osadía, qué atrevimiento. Son sus lentes. Las lentes de Fresnel.
Con ellas, la luz se hizo. Se hizo la luz y, con ellas, rutas marítimas más seguras y una gran ola globalizadora: mercancías, personas e ideas moviéndose por el orbe con fanatismo futurista. Se hizo la luz y, con ella, claro está, el imperialismo y los fantasmas del rey Leopoldo.
Luz, más luz.
Géricault y La balsa de La Medusa. Fresnel y sus lentes. La pregunta es inevitable: ¿habría sido una luz en la costa suficiente para evitar el desastre, para ahorrar la desesperación a la tripulación de La Medusa?
En Efecto Fresnel estamos seguros de que pensar desde la Historia ha sido siempre una herramienta para construir el futuro. O, al menos, estamos seguros de que ese futuro no podrá ser nunca construido desde la ultra-especialización, el cortoplacismo, la sobrecarga de datos y la desconexión con los desafíos sociales más inmediatos.
En una sociedad en la que sabemos cada vez más sobre cada vez menos, debemos mirar a lo grande, pensar menos en disciplinas y más en problemas comunes.
En una sociedad recorrida por el fantasma del corto plazo, miremos al horizonte para entender que la trayectoria histórica genera oportunidades y barreras en la forma de enfrentar nuestros retos más acuciantes.
En una sociedad saturada de información, interpretemos los datos y condensémoslos en narrativas ambiciosas, capaces de crear consensos.
Pero, sobre todo, los historiadores necesitamos escribir y hablar del pasado de una manera que resulte atractiva para el gran público y de utilidad para los decisores. Otros lo han dicho ya: hacer una Historia que mantenga a la gente despierta por la noche.
No queremos deleitarnos en el gusto morboso de comprender por comprender. Queremos volver la mirada al pasado para dar forma al futuro.
Luz, más luz.
Bienvenidas, bienvenidos, a Efecto Fresnel.